Una hipótesis para la vida
En una entrevista realizada al director de cine polaco Kristoff Zanussi dice: “Hoy se puede vivir como un niño hasta los cuarenta, pero vivimos en una sociedad tan rica que podemos no madurar (…) Vivimos como grandes ricos del siglo pasado: podemos viajar, hablar de alta cocina, comprar, leer, etc. En mi país, después de 15 años de comunismo, veo que somos más ricos, pero la conciencia no se ha desarrollado”.
Esta es una de las claves del mundo donde vivimos: difícilmente otras épocas de la historia se ha tenido acceso a tanta riqueza como ahora y, sin embargo, muchas veces, esto no se ha traducido en un crecimiento de la persona, más madurez, una conciencia más grande de lo que es la vida.
Esta paradoja se debe a la ausencia de una hipótesis de significado por la que se pueda asimilar toda la experiencia que uno tiene a lo largo de la vida. Ante tal ausencia, el criterio de selección es siempre lo natural, el propio gusto aprisionado en las modas del momento o la propia reacción e instintividad.
Para que esta riqueza del mundo moderno no acabe destruyéndonos o pasando como una apisonadora por encima, necesitamos un ideal al que se pueda tender continuamente que no sería sólo un punto de llegada, sino el puente entre el mundo y nuestro “yo”, un ideal que nos corrija la mirada bizca y estrecha que tantas veces tenemos. ¿Existe?
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 41-44)
Ciertamente, la mirada que tenía Jesús sobre el mundo es la que nos interesa, porque sólo así se es capaz de percibir la riqueza verdadera que nos construye. Nosotros en bocatas nos educamos a tener una mirada así, recuperando un gusto y una conmoción por la vida que no sólo los yonquis han perdido porque también nosotros, tantas veces, miramos y concebimos el mundo de manera equivocada.
Esta es una de las claves del mundo donde vivimos: difícilmente otras épocas de la historia se ha tenido acceso a tanta riqueza como ahora y, sin embargo, muchas veces, esto no se ha traducido en un crecimiento de la persona, más madurez, una conciencia más grande de lo que es la vida.
Esta paradoja se debe a la ausencia de una hipótesis de significado por la que se pueda asimilar toda la experiencia que uno tiene a lo largo de la vida. Ante tal ausencia, el criterio de selección es siempre lo natural, el propio gusto aprisionado en las modas del momento o la propia reacción e instintividad.
Para que esta riqueza del mundo moderno no acabe destruyéndonos o pasando como una apisonadora por encima, necesitamos un ideal al que se pueda tender continuamente que no sería sólo un punto de llegada, sino el puente entre el mundo y nuestro “yo”, un ideal que nos corrija la mirada bizca y estrecha que tantas veces tenemos. ¿Existe?
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 41-44)
Ciertamente, la mirada que tenía Jesús sobre el mundo es la que nos interesa, porque sólo así se es capaz de percibir la riqueza verdadera que nos construye. Nosotros en bocatas nos educamos a tener una mirada así, recuperando un gusto y una conmoción por la vida que no sólo los yonquis han perdido porque también nosotros, tantas veces, miramos y concebimos el mundo de manera equivocada.
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