El título del este post coincide con parte de la homilía del funeral del gran Rey Sol, Luis XIV.
Estimada Consejera:
Le escribo para hablarle de un amigo que está pasando por una mala época en su vida. Hace más de un año fue atropellado por un coche y salió mal parado: se ha quedado tetrapléjico. Este amigo mío tiene 19 años y se llama Pepe.
Es ahora cuando empieza a ser consciente de su enorme límite y de la situación en la que ha quedado para el resto de su vida.
No soy ningún experto en el tema de la atención a las personas con este tipo de problema, pero Pepe es mi amigo. Para nosotros la palabra amigo tiene un significado más allá del común, porque fue el mismo Cristo, Dios en la tierra, el que la utilizó más de una vez con sus más allegados, los discípulos.
Me atrevo a escribirle esta carta porque para Pepe puede suponer una gran ayuda poder trasladarse desde la residencia en la que está actualmente, a una residencia dentro de la ciudad de Madrid. De esta forma sus amigos, nosotros, podríamos verle con más frecuencia, pudiéndole ayudar así a hacer el camino que debe realizar, que no es otro que el camino de la vida, el mismo que nosotros mismos tenemos que afrontar.
Una acción conjugada de la administración, que ayuda a esta gente y a mucha otra en situación de necesidad, y de iniciativas privadas, que llegan a donde nunca podrá llegar la administración, es decir, a la satisfacción del afecto de las personas, sería ideal para éste y muchos otros casos. Nosotros mismos lo comprobamos también en una caritativa que desde hace más de trece años llevamos a cabo un grupo de amigos (y donde conocí a este chaval) todos los viernes por la tarde-noche en Madrid, en la que ofrecemos comida, bebida y algo de ropa a los yonquis que acuden al poblado marginal de Las Barranquillas a por su dosis diaria de droga. Porque la administración puede ayudar a mantener la higiene y la salud de esta gente, incluso a “limpiarla” de la droga, pero nunca podrá llegar al corazón de la persona, nivel donde se juegan las decisiones más importantes de la vida.
Mis amigos y yo le pedimos que estudien la posibilidad de poder trasladar a nuestro amigo Pepe a algún centro que exista en la ciudad de Madrid, posibilidad que su madre está intentando con todos sus medios sin conseguirlo hasta ahora.
No queremos que esta carta resulte reivindicativa, sino que exprese lo que decía un amigo: “El leproso tiene derecho a ser cuidado, pero no tiene derecho al beso de san Francisco; y sin embargo tiene necesidad de ello”.
SOLO DIOS ES GRANDE
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