La ONG Bocatas nació hace 18 años en los bajos de Azca, cerca del Santiago Bernabéu, en manos de tres amigos que comenzaron el reparto de bocadillos y prendas de ropa a indigentes y drogodependientes. En la actualidad, el proyecto continúa en la Cañada Real, donde sigue haciendo falta esta ayuda.
Javier Cabedo Figueredo / @javicabedo
10/01/2014
Como todos los viernes, los miembros de Bocatas se reúnen en torno a las 20:30 en la iglesia de Santo Tomás Apóstol. El ambiente es acogedor; entre bromas y coloquios se preparan para salir hacia Valdemingómez, lugar en el que desde hace años ofrecen comida, ropa y compañía.
Todo comenzó casi dos décadas atrás, cuando tres amigos de la facultad comenzaron a repartir comida en la zona del estadio Santiago Bernabéu. La sopa la hacían sus madres, el pan era de la panadería del barrio y el embutido del supermercado de un amigo.
Conforme se consolidaba su labor este grupo de jóvenes fue ganando adeptos y se
trasladó al poblado de Las Barranquillas. Poco después, comenzaron a obtener comida del banco de alimentos y gracias a “un pellizco" de la lotería cambiaron la furgoneta que tenían por otra mayor, acorde a la demanda del nuevo destino. Y la historia sigue: tras varios años ayudando a los habitantes del poblado madrileño, los jóvenes volvieron a tomar el volante de su furgoneta para trasladarse a su destino actual: la Cañada Real, Valdemingómez.
Al llegar, el lugar te golpea, especialmente si ha llovido. El barro, los charcos y el frío se suman a la oscuridad de la noche. El asfalto deja paso a los caminos de tierra y las farolas a la luz de las hogueras, en un lugar donde el alumbrado público no llega.
El reparto se lleva a cabo en la entrada del poblado, alejado del núcleo de casas, pero lo suficientemente cerca para que acudan andando las personas a quienes destinan su labor. Junto a la furgoneta en la que portan los alimentos colocan un mostrador. Para mitigar el efecto de la lluvia extienden una carpa. Un par de palets sirven de leña para hacer una hoguera que da luz y calor: los ingredientes básicos para crear un punto de reunión en el que entablar una conversación. Un leve olor a madera quemada impregna el lugar, mezclándose con el de la comida que los voluntarios preparan en un pequeño hornillo.
En unos instantes comienzan a llegar los drogodependientes en busca de arroz, harina, huevos y algo de ropa. La distribución es continua y se realiza en una fila ordenada. El agradecimiento de quienes reciben ayuda es evidente, en un clima sin prejuicios donde cualquiera que necesite ayuda es bienvenido.
A menudo algunos de los drogodependientes se sorprenden de que les den algo sin esperar nada a cambio, y la ausencia de intereses materiales y el afecto pululan por el entorno transformando el paisaje árido en un lugar agradable que les sirve de cobijo, y en ocasiones se convierte incluso en un fortín en el que atrincherarse para salir de la adicción.
“He vuelto a cogerle el gusto a la vida tras 10 años en la droga”
La humanidad y la empatía con quienes sufren por su dependencia de las drogas están muy presentes. El propósito es crear, mediante la compañía y el diálogo, una amistad que ayude a cubrir el vacío que generan estas sustancias.
De hecho, a lo largo de los 6 años de trabajo de Bocatas en la Cañada, varias personas han logrado abandonar la droga, gracias en parte a la ayuda y al apoyo de la organización. Uno de ellos es Jesús Gómez -conocido como Sandokan- que ha logrado reinsertarse completamente en la sociedad. "Gracias a Bocatas he vuelto a cogerle gusto a la vida, he vuelto a empezar a vivir". Tras 10 años en la droga ha conseguido abandonar la adicción y empezar de cero. Hoy, Gómez trabaja en un despacho de abogados y colabora activamente con la ONG que tanto le ha ayudado. "Es muy importante la compañía, más que la comida porque hace que te sientas persona. El éxito está en que van más allá de dar comida o ropa: buscan el lazo de amistad sin pedir nada a cambio, y esa generosidad se contagia". No obstante, la labor de Bocatas no pretende reinsertar a los drogadictos eso -como dicen los propios voluntarios- es un milagro. El objetivo es hacer todo lo posible para ayudar a sobrellevar la situación traumática en la que se encuentran.
En palabras de Sandokan "es muy difícil salir de la droga porque para conseguirlo hay que tocar fondo, y es muy difícil saber levantarse. Lo más importante es abandonar el pesimismo y aferrarte a tus amigos y a la gente que te quiere y llenar con actividades sanas el vacío de la droga, y en eso Bocatas ayuda muchísimo. Siempre que la sociedad vea que quieres salir, te ayudará"
Por otro lado, en muchas ocasiones la experiencia de acudir cada viernes para colaborar repartiendo alimentos y ropa se convierte en una parte fundamental de la vida de los voluntarios, y encuentran en este ejercicio una necesidad.
Como cuenta Jesús -apodado Chules-, uno de los fundadores, "te sirve de terapia a ti mismo porque te ayuda a relativizar los problemas y ves como algo banal las preocupaciones del día a día porque te das cuenta de que en realidad lo tienes todo". Explica que todas las actividades que llevan a cabo se hacen sin subvenciones ni préstamos: "El principio elemental es educar en la gratuidad, que es una experiencia maravillosa"
En conclusión: el activo no es tanto la comida, sino establecer un vínculo de amistad con un núcleo social aislado. El proyecto no aspira a erradicar la droga, pretende poner un granito de arena y tratar de escuchar a gente que se encuentra en situaciones desestructuradas. Como el cuento del pequeño colibrí, que mientras los elefantes y rinocerontes huían de la selva en llamas, se dirigió al río y cogió una gota en su pico; cuando le preguntaron si pretendía apagar el incendio con una gota contestó: “Yo voy a hacer mi parte.”
El texto y las imágenes publicados pertenecen a la Revista Pensamiento Crítico, que autoriza su difusión siempre que se especifique la procedencia de estos contenidos. Fotografías y actualizaciones diarias en http://www.facebook.com/Rpensamientocritico
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