A continuación una carta mandada por nuestro amigo Nachito a la revista Huellas...
El otro día mi madre estuvo en una conferencia del que fuera presidente del gobierno Felipe González. Al volver a casa me contó algunas de las cosas que había dicho. Una de ellas, me llamó poderosamente la atención, porque retrata al hombre moderno, es decir, a nosotros. Decía que hasta los 20 años se vive, y a partir de los 20, se sobrevive. Ya se sabe, las preocupaciones de la vida, los sueños rotos, en otros casos los sueños cumplidos, que ni siquiera bastan, le llevan a uno a decir que la vida se va convirtiendo en una cuesta abajo en la que basta con sobrevivir (que las cosas más o menos cuadren, que todo vaya dentro de una normalidad sin sobresaltos, que pueda ir pagando la hipoteca, que los hijos no den demasiados problemas,…). Y esto no es para los demás, porque uno se descubre en esta postura infinidad de veces: sobreviviendo.
Al día siguiente estaba yo en Bocatas (la caritativa que llevamos a cabo en las Barranquillas, el poblado chabolista donde se concentra el mayor punto de venta de droga de toda España), en una noche especialmente fría, pero también especialmente bonita, y mirando la belleza que tenía a mi alrededor -en un sitio donde la palabra sobrevivir toma su sentido más claro (allí se vive al día, la única aspiración es conseguir dinero para cambiarlo por droga)-, pensaba que no es verdad, que uno siempre quiere vivir, que sobrevivir es el punto al que llegamos cuando aplastamos el deseo, cuando decidimos que Dios no forma parte de la vida y que ésta es una cuesta abajo hacia no se sabe dónde. Sin embargo, todo (las preocupaciones de la vida, los sueños rotos), todo reclama un significado. Por eso, vivir con esta necesidad de respuesta en el corazón (con todo el drama que conlleva) es mucho más hermoso que haber hipotecado la existencia a los 20 años.
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