Estimado director:
Le escribimos con motivo de una noticia de la que se vienen haciendo eco a diario los medios que más odian y menos entienden lo que es la Iglesia: el periódico El País y TVE. Esta noticia no es otra que el aviso que el obispado ha mandado a una parroquia de un barrio de Madrid para que interrumpan sus actuaciones como la de repartir rosquillas en vez de formas en las misas que celebran.
Sin llegar a conocer a fondo del caso, existe un factor en juego del que nos queremos hacer eco porque no sentimos particularmente afectados.
Nosotros somos un grupo de amigos que, viernes tras viernes, desde hace más de once años (seis en el poblado marginal de Las Barranquillas a las afueras de Madrid) acudimos a acompañar a los drogadictos que acuden a por su dosis a este barrio marginal de Las Barranquillas muy cercano a la Parroquia de Madrid tan discutida.
La cuestión que no acabamos de compartir es la ecuación que se insinúa continuamente de que el amor y el servicio a los pobres, a los más pobres y desesperados, coincide con el odio a la jerarquía eclesial y en este caso particular al cardenal de Madrid D. Antonio Mª Rouco.
Lo que nosotros hemos descubierto, con sorpresa, en la Iglesia es que el corazón del hombre, donde se guarda lo más preciado que tiene que es el deseo de la vida, la libertad, el ansia por vivir, por disfrutar, por entender, porque se haga justicia, ese corazón que tiene todo hombre por el mismo hecho de serlo, está hecho para algo muy grande. Nosotros lo llamamos deseo de infinito, de plenitud, un deseo que habitualmente es maldecido o censurado porque hace que todo se nos quede pequeño, sin que nada en esta tierra pueda satisfacernos. No somos, por tanto, cristianos por obligación o por un estúpido fideísmo, sino porque nos hemos encontrado un inicio de respuesta a este corazón en la Iglesia que es la Presencia de Dios en la tierra. Amamos a Cristo presente en la historia a través de la Iglesia por esta razón.
Nuestra inmensa sorpresa realizando esta caritativa ha sido el caer en la cuenta de que precisamente este corazón, este deseo de infinito, también lo tienen los más pobres y desesperados entre nosotros: drogadictos, chulos, putas, traficantes, grandes ricos que acuden al poblado a pillar con sus porches, BMVs o mercedes, desesperados, esquizofrénicos, alcohólicos, locos y toda clase de personajes desesperados que nos hemos ido encontrando.
Si es verdad que sobre todo les define este deseo, también debe ser adecuada la respuesta que nos hemos encontrado en la Iglesia. Presamente esa es la propuesta que les hacemos a través de un rato de charla con ellos, de una comida y algo de beber, de unas canciones que cantamos con ellos o del Ángelus que siempre rezamos en medio de la caritativa con ellos.
Nosotros, por consiguiente, estamos absolutamente agradecidos a nuestro obispo de Madrid porque es la carne que asegura la presencia verdadera y constante de Cristo entre nosotros. Sin ese vínculo, nos perderíamos en mil interpretaciones y acabaríamos asimilados a una de las muchas de ideologías que dominan el mundo.
Desde aquí, por tanto, renovamos nuestra adhesión y estima a un hombre, D. Antonio Rouco que, gracias a su sí dado y renovado a la Iglesia, hace que todos los que vivimos en Madrid (y principalmente los más pobres y desesperados) podamos de nuevo encontrarnos con el hecho (o la mutación por utilizar la terminología de Benedicto XVI) más grande que jamás haya sucedido en la historia del hombre: Cristo, Dios hecho carne.
Grupo de amigos de bocatas
http://bocatas.blogspot.com/
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