"No queremos perder el tiempo y, sobre todo, necesitamos ser confortados, es decir, recibir esa fuerza que nace de los corazones unidos ("con-forto", es la fuerza que nace de los corazones que se unen) en estos tiempos tristes en los que todo se confunde, todo tiende a confundirse y parece esfumarse, "desvanecerse", en los que parece que ya no haya ninguna certeza.
(...) en un momento dado, Manfredini me agarró el brazo y me detuvo; no sé cómo, le miré a la cara y me dijo estas palabras textuales: "Pensar en que Dios se hizo hombre...¡es realmente algo de otro mundo!", sentí un escalofrío. Luego se me adelantó. El corazón de aquel compañero mío estaba colmado de emoción por el anuncio más grande que jamás haya resonado en este mundo.
(...) Antes de llegar a esto, todo se viene abajo; antes de esta orilla eterna e infinita, todo se derrumba, incluso el rostro de la persona amada se hunde, incluso lo que más poseemos se nos escapa de las manos.
(...) Un acontecimiento, un hombre que dice ser Dios ("Sin mi no podeis hacer nada"), yo soy Dios, yo soy el Misterio que hace todas las cosas, yo soy el sentido de tu aspiración a la felicidad, a la verdad, a la justicia, al amor.
(...) En una novela de un escritor que no llegó a creer, o que creía que no creía, que se llama Kafka, en un momento dado leemos: "El que no hemos visto nunca pero que esperamos con verdadera ansia, aunque razonablemente ha sido considerado inalcanzable, helo aquí, sentado".
(...) Jesús se vuelve hacia Simón, hijo de Juan, que está sentado a su lado. No le dice: "Simón, ¿vas a traicionarme otra vez? ¿Simón ¿te avergonzarás todavía de mí como aquella sierva de Pilatos?, Simón ¿seguirás con tus errores, haciendo de las tuyas?". No le dice nada de todo esto, nada. Lo mira y le dice: "Simón ¿me quieres?". "Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero". (...) No se puede medir, no se puede perder el tiempo en medir. Este es, pues el milagro: no tanto que el hombre logre realizar la correspondencia entro lo que hace y sus ideales, sino que reconozca y ame a un hombre concreto, histórico, en el que se da la correspondencia con lo divinos, la identidad con lo divino. Es el el milagro en el mundo: que un hombre ame a Cristo.
(...) Somos todo lo pecadores que queráis, pero mendigamos "Sí Señor, yo te quiero" (...) por muy pequeños que seamos, si creemos en Él, si decimos "Te quiero Señor", ocurre algo en nosotros, por lo cual otro, víéndolo, nos dice: "¿Cómo pueder ser así?, ¿por qué eres así?". (...) Y seamos lo que seamos, esto lo puede repetir cualquiera de nosotros, en cualquier estado de ánimo que se encuentre.